viernes, 28 de mayo de 2021

LA CASA EN EL ÁRBOL

Relato tomado del libro Mis cartas al ausente - Bitácora de un secuestro. PARTE DOS - Capitulo seis – Construyendo el Oleoducto Trasandino - OTA. (Mayo de 2021). 

Como reconocimiento a la capacidad y al ingenio de una persona humilde y popular del pueblo. 

Esta es la historia sobre la construcción de la muy curiosa casa del “loco William”.

 

Casa del loco William  -   Ilustración digital – Richard W. Pantoja U.  -  (errEw) -  mayo de 2021.

En las incipientes calles de ese pueblito que  apenas empezaba a surgir en medio de los rastrojos, alrededor del campamento petrolero (1969), mi amigo el loco William empezó a construir su particular casa, sobre el tronco de un árbol que se mantenía firme en medio de una pequeña chúquia (Ver notas).

Con el tiempo, esa quebrada tomaría su nombre “Quebrada del loco William” y se convertiría en uno de los muchos causes de aguas limpias que, con el progreso y crecimiento del pueblo, se fueron  convirtiendo en canales de vertimiento de aguas servidas.   

Igual suerte correrían otras quebradas de Orito. Así se puede leer en un documento de  Corpoamazonía (2014), donde describe la infraestructura de los municipios de Putumayo, entre esas cosas, habla del “Alcantarillado de Orito” (seguramente años atrás):

 

El servicio de alcantarillado alcanza una cobertura de 28,7% y las aguas servidas son descargadas sobre las quebradas El Sábalo, La Danta, El Vergel y El Loco William".

 Léase bien! -    

"El Municipio realiza tratamiento de sus aguas residuales antes del vertimiento”.  (Corpoamazonia.gov.co).

 

Donde antes corrió abundancia de vida, peces, reptiles, anfibios, y animalitos de toda especie, el progreso de Orito puso a correr las “aguas negras” de sus habitantes. 

 

* * *

 

Para quienes no conocieron el lugar exacto, o para quienes no conocen Orito, se describe el lugar donde  existiría la famosa edificación. La casa del loco William.

Bajando del “Filo de Hambre” (Ver notas), por la calle del joyero don German Cortés, antes de la alcantarilla por donde pasa la pequeña quebrada, por el margen izquierdo hay una hondonada y en su centro se levantaba un árbol vetusto y bastante frondoso, donde el terreno, por la cercanía a la quebrada, era fangoso y de difícil acceso. Justo allí William puso sus ojos sobre el gigantesco árbol.

Desde la ubicación del árbol hasta la carretera había unos veinte metros de distancia. Al “Loco William” le gustó el lote y decidió que allí construiría su casa, y que para distinguirla de los vecinos, a la suya le daría la forma de un barco, además porque debajo de ella pasaba la quebrada, hasta entonces, de agua muy limpia. 

Había decidido empezar su obra, pero no tenía trabajo y, por consiguiente, tampoco recursos económicos. Sin embargo, se dedicó a recolectar materiales donde fuera que los encontraba. Sí consideraba que le servían, se los llevaba hasta su futura vivienda.

Recogía láminas de zinc o Eternit que las empresas votaban por algún defecto. Recogía todo tipo de material en buen estado como tablas, listones, lavamanos e inodoros viejos, tubería PVC, mangueras plásticas y canecas metálicas de las de cincuenta y cinco galones que abundaban por su uso en las petroleras.

Cortó la madera rolliza en la montaña, de los árboles de quinde, las guaduas y chontas. Llevaba  los troncos en sus hombros hasta el sitio de la construcción. Cuando consideró que tenía listos todos los materiales, con su único esfuerzo, pues no tenía quien le ayudara y menos dinero para pagar un ayudante, inició la construcción de su  exótica casa en el árbol.

Para facilitar el acceso desde la orilla de la carretera hasta el borde de corredor elevado de su casa en el árbol, le fue necesaria  la construcción de un puente. Bien se pudiera decir, un puente trampa mortal. 

 


 En el desarrollo de esta labor, el “loco William” demostró que no era tan loco como lo creían todos en Orito, pues dio muestras de tener suficiente iniciativa, porque sin contar con materiales apropiados  y herramientas de óptima calidad construyó un puente adecuado a sus necesidades. 

Y a pesar de lo que significaba vivir solo (en apariencia) y no tener quien le asistiera en su azarosa y peligrosa obra de ingeniería, demostró ser capaz de lograr su hazaña. 

 

Una vez terminado el puente, siguió con la construcción del tablado del piso de la casa en el aire. Utilizando como base, columnas y vigas, el tronco y las ramas más gruesas del viejo árbol. Sobre esta plataforma flotante, valiéndose de cuanto material aplanado tenía a su alcance, maderas, pedazos de trilpex, tapas de plástico o recortes de timbos de metal, y cuanta chatarra podía utilizar, elevó la estructura y las paredes de su desafiante construcción.

A medida que avanzaba su proyecto, empezaba a aparecer la figura de un rancho de muy rara apariencia. Para rematar, cuando empezó a poner la cubierta superior, fue el techo lo que le empezó a dar la forma de una embarcación.

Obviamente, un techo ideado en su ingeniosa imaginación, porque no podía  ser un techo cualquiera, ya que de él recogería las aguas lluvias en una batería de cinco canecas metálicas, elevadas y cada una niveladas, perfectamente conectadas entre sí por medio de un enredo de mangueras y adaptaciones de tubería de PVC.

Este sistema hidráulico suministraría el líquido para la cocina, sanitario, ducha y lavadero.  Muy a propósito, ir al baño en aquella cabaña en las alturas debió ser todo un acto de equilibrio, un desafío a la fuerza de gravedad; o por lo menos una maniobra de alto riesgo, puesto que el piso de la parte trasera de la casucha donde se ubicaba el retrete, estaba montada sobre unas ramas del árbol que se balanceaban con el peso de quien se aventuraba en ese lugar.

Y como verán ustedes, yo un día tuve la fortuna de verlo con mis propios ojos. Más de una vez mi amigo William me había invitado a “un almuerzo” en su casa en el aire. Ya varias veces de manera muy habilidosa había encontrado la forma de hacerle el quite a la invitación.

Pero un buen día me sorprendió, llegó a donde yo estaba, con sus pantalones a media canilla, con sus botas de plástico recortadas y una cachucha con la visera al revés. Venía apurado como siempre; llevaba un líchigo de cabuya terciado al hombro lleno de mazorcas frescas.

_Comandante, esta vez sí es en serio, vengo a invitarlo a que conozca mi rancho. Estoy muy contento porque ahora si tengo mi casita y como usted es un buen amigo, quiero que me acompañe a un “sancochito”, humilde pero con buen plátano y yucas que yo mismo he sembrado y arrancado con mis propias manos.

Como se dice, ese día me cogió cortico, no hubo manera de decirle que no. La razón de mis evasivas no era por desprecio, ni mucho menos. La razón era que me inquietaba mucho el tener que abordar la casa “nave flotante” de William. Pues, quienes la conocieron entenderán que una cosa era verla, admirarla y hasta asombrarse y reírse un poco de esta proeza de la anti arquitectura, y otra cosa muy distinta era darse la maña para treparse a la inestable plataforma, mantenerse a salvo y luego descolgarse a tierra firme con todos los huesos completos.

Estaba pensando en eso, cuando William me interrumpió, como si supiera cual era mi preocupación. _Hágale a ver pues comandante. _Tranquilo comandante, la casita es firme, es algo pequeña, la verdad, pero yo le respondo por su vida… y el sancocho está garantizado. Si usted quiere mañana sábado nos encontramos a medio día ahí en la  carretera y me deja atenderlo como mi amigo. A mí y a mi señora…

No hubo escapatoria. _Listo, listo viejo William; pero eso sí, doce en punto en la carretera, si no lo encuentro a esa hora, no me espere más.

_Tranquilo comandante que yo soy hombre de palabra, a esa hora allí nos encontramos.


 

Kolcana, una gaseosa muy popular en los años 60 y 70 en la Costa y en Orito.  Ilustración digital  (errEw) - 2021.

Al otro día, salí de mi casa en la “Ye”, caminé por la calle del “Chapinero”, subí al “Filo”, baje la cuesta del barrio Colombia y llegué al punto de encuentro faltando cinco minutos para las doce.  Como si hubiera estado temiendo que le faltara al compromiso, ahí estaba el Loco William, como prestando guardia frente al “embarcadero” de la entrada de su casa.

Aunque estaba haciendo un poco de sol, vestía una capa negra, de las que nos daban en las empresas para la lluvia. Apenas me vio, desde lejos empezó a manotear y salió a mi encuentro. _ Buena comandante, yo sabía que usted venía porque venía. “Que verraquera hombre”.

Nos saludamos  con un apretón de manos, entre sonrisas y comentarios que ya, en realidad, no recuerdo que tanto decíamos.  Procedí a entregarle una talega de plástico donde llevaba cuatro gaseosas “Kolcana” que había comprado en una tienda en el camino. (Ver notas).

 _ Ahhh no!… Kolcana la más bacana (como decía Edgar Perea).  _Ahí si completamos comandante, porque lo que yo le tenía era agüita de panela y limón, no más. 

Para las nuevas generaciones que, muy seguramente, no conocieron productos como la Kolcana y otras, quiero contarles que en esos años (60 y 70) las cosas eran diferentes. No había mucho para escoger en materia de marcas de alimentos. Incluso el comercio, las tiendas y almacenes eran escasos. La “galería” o plaza de mercado había empezado a organizarse en el lugar donde hoy está el parque en línea, frente a la alcaldía municipal. Los días más festivos eran cuando llegaban los camiones cargados de remeza, frutas, quesos y pan desde Pasto.   

Con el paso de los años, con la lenta llegada del progreso, algunas marcas muy populares desaparecieron. Productos como la manteca “Porky”, el jabón “Phebo”, la crema de peinar “Clear Way”, El aceite para cabello “ Cheseline”, o los tenis de tela “PANAM”, entre otros.

 

Marcas de productos años 60 y 70.  Fotografías Pinterest.com  - Ilustración digital  (errEw)   -  2021.


 Volviendo al asunto del sancocho…

 La subida al palacete no fue ni tan difícil, todo fue trepar por una especie de “escalera de gato” – como en los barcos – que William había fabricado con unos tablones amarrados a un par de manilas.

_Bienvenido a mi humilde morada. Si quiere antes de almorzar bien pueda siga y conozca bien el rancho. No tiene muchos lujos, pero está bien construido. Para que no se preocupe es pura ingeniería militar.  _Pere le saco estos bancos (de madera) y esta mesita al balcón, para que no estorben el paso.

 _ Listo… Siga comandante, ¿Cómo le parece?  Le respondí de inmediato: _La verraquera. 

Yo miraba para todos los lados tratando de encontrar un poco de luz mientras me mantenía inmóvil, temiendo tropezar con algo y salir disparado por una de las “Chuecas” ventanas e ir a parar de cabeza abajo a la quebrada.

La verraquera William, lo felicito. Está un poco falto de claridad, pero parece que hiciste un gran trabajo.

_ Ahhh no, es que es pura luz ambiental. _ ¿Si ve los huequitos de las puntillas en el techo? _Eso es para que entren, no goteras, sino chorritos de luz, ¿Si ve? _Eso… eso se llama luz ambiente, ¿me entiende?

_Pero si le parece, o le abro más las ventanas del balcón o le prendo la “Petromax”, solo dígame. (Ver notas).

_Tranquilo William, creo que con  abrir las ventanas es suficiente.

Procedió a despotricar los aleros de las ventanas laterales, y apareció ante mis ojos un espectáculo de colores, de latas, de trozos de madera, y de una cantidad de objetos puestos en orden como en colección.

Parecía un pequeño museo, tenía picas, palas, machetes, cuchillos, llaves, tornillos grandes y pequeños. Tenía muchos tarros, de un cuarto, de aceite para motor de diferentes marcas, tarros de pintura; tenía botellas de vidrios de diferentes colores, latas de galletas, letreros de tránsito, placas de carro. Había de todo.

Tenía un montón de cosas y cositas, unas reconocibles y otras que no atinaba a descubrir que eran.

En un rincón estaba su cama, al lado su colección de zapatos viejos, botas de puntera metálica, botas de caucho, y botas recortadas a la mitad y otras como chancletas. También tenía una colección de capas de invierno, de las negras, otras amarillas, y de las de lona. Todas ordenadas y bien puestas sobre las tablas de la pared. Más arriba, sobre cada capa, ordenados colgaban los cascos de seguridad, varios metálicos nuevecitos, otros de plástico amarillos, rojos, verdes. Parecía un almacén.

Hacía la pared del fondo se veía una salida. Primero una puerta y más allá una gran ventana por donde entraban las puntas de unas hojas de matas de plátano iluminadas por la potente luz del medio día, y por donde se escapaban nubarrones de un humo azulado, el humo del fogón de la cocina que olía a sancocho de gallina listo para pasar a manteles.

Mi anfitrión me tenía realmente sorprendido, ya llevábamos varios minutos de relatos de cosita en cosita, hasta que le dije: _William, ojo se le quema la olla mano. 

De inmediato me respondió. _ No se preocupe comandante que allí no más está la ella… ¿No la ve?

Acto seguido, en medio de la nube de humo apareció una silueta de mujer, venía en contra luz por lo que no pude reconocer muy bien sus rasgos físicos, pero sin duda era el cuerpo de una mujer de aspecto menudo, muy juvenil.

_Ah  vea comandante, mi señora… Salude mija. _Don Pantoja, buenas tardes, perdone el desorden pero es que estoy en la cocina, verá. _Permisito no más. Tranquilo que en un ratico ya les sirvo el almuercito. _Su acento me pareció muy conocido.

No atiné exactamente a definir su rostro, pero se veía muy blanca, casi resplandeciente por efecto de la luz de la ventana, hasta pude adivinar que no paraba de sonreír.  De pronto, se movió hacia un rincón de la casa y se desvaneció y no la volví a ver, ni a oír más hasta que el almuerzo ya estuvo servido en la mesita del balcón que daba a la calle principal del barrio Colombia.   

William me tomó del antebrazo y me guio despacio, me hizo dar media vuelta y siguió mostrándome sus cosas.  Mientras tanto, yo caminaba a pasos cortos, afianzándome todavía temeroso de la fragilidad del piso de retazos de madera.  

Mi amigo el Loco William, Iba contándome historias de cada cosa puesta o colgada en las paredes o del techo. Una narración sin libreto y a veces sobresaltada en la temática.

_Esta es la placa de la Gulf Oil que me regalaron en un taller que estuve haciendo una obra; por acá, ¿si la ve? _Otra placa. Ahí dice:

 

NO TRASPASSING PROPERTY OF TEXAS PETROLEUM COMPANY,  _Oigan a estos que disque propiedad de la Texas.   Y vea esta otra, NOT SMOKING,  _Smoking… ¡Ni por el verraco!... ¡Uno que va a estar smoking!

 

 _Y vea más allá esos cascos son de aluminio de los propios, de los que usaban los gringos texacos.

Miré hacia arriba y entre una nube de telarañas había algo como una escopeta vieja. _ ¿Y esa vaina William?  _Ahhh, vea pues… tranquilo, esa carabina pues… Es de las que antes tenía el ejército, es de proveedor por la culata, pero ya no sirve. La saco cuando veo a los vergajos muchachos robándome las chirimoyas, o metidos por acá en el solar. Pero no… Eso de verdad ya no sirve. 

Rápidamente cambió de tema, y arrodillándose recogió algo que tenía envuelto en un retazo de tela roja; lo destapó y lo acercó a mis ojos.  _Vea esta maravilla, ¿sabe que es?... ¿No?...

¡Comandante, nada más y nada menos, es un trocador de serruchos, hombre!  En este pueblo eso es una rareza, que yo sepa solo lo tengo yo y quien sabe quién más por ahí. Pero este, este es de los más antiguos… ¿Que si bueno? _ ¡He ave María! Pa’ que le digo comandante.

 

Trocador o trabador de serruchos. Fotografías Pinterest.com  - Ilustración digital  (errEw)   -  2021.

Realmente me estaba dando cuenta que William vivía en una especie de mezcla entre realidad y su propia fantasía. Lo adivinaba en sus inusuales apegos a ciertos objetos que, quizás para otros, no parecían tener utilidad alguna. 


Había pasado casi una hora de mi llegada y la verdad aunque ya tenía hambre, pues la verdad no tenía tanta prisa, y al contador de historias no parecía agotársele el repertorio. Me intrigaba saber de dónde le fluía tanta imaginación; o también, descifrar que tanto era cierto y cuanto puro invento de William. Me preguntaba que otra sorpresa me tendría para completar esta inolvidable experiencia. Y no estaba tan lejos de llegar a averiguarlo.

Por fin dijo: _Si ve comandante, yo le dije ayer, venga a mi rancho que no se va a arrepentir. _ Y para completar, la muchacha ya nos sirvió hace rato y usted ni cuenta se dio. Salgamos pues al balcón que nos espera tremendo banquete… Humilde y todo pero con mucho cariño. Vamos pues.

Ya mis ojos se habían acostumbrado totalmente a la semi-penumbra y podía ver con perfecta claridad el detalle de todas las cosas, los tesoros que William guardaba en su rancho.  Cachivaches por acá; tres planchas de carbón por allá; Una radiola de las que parecían un portafolio (de las mismas que tenía el viejo Manuel Terán, quien años adelante sería el dueño de la fuente de soda “El Nazareno” y mi vecino en el barrio la unión.).

Tenía varias brocas de taladro de perforación oxidadas, un arrume de discos de 45 RPM. Tenía de todo, algunas cosas comunes y conocidas, pero también cosas bastante raras.  Entre esas curiosidades, mientras me daba vuelta para salir de la casa museo, alcancé a detallar un objeto que parecía una caja metálica de color verde militar un tanto desgastada. Estaba medio tumbada en una esquina y entre abierta, por lo que pude confirmar sin ninguna duda que, era una vieja estufa “Coleman”, de las de gasolina. Pero era de las finas, de las originales americanas. 


En Orito todavía no era de uso común la gasolina, en las casas era más común tener estufas o fogones de mecha a petróleo (blanco o kerosene). 

Eso me llamó la atención y le pregunté: _ Viejo William y esta estufa tan rara, ¿Dónde la consiguió? 

 

_ Tan rara no comandante, esto lo que es, es un verdadera belleza. Ahí donde la ve toda oxidada y todo, es una pieza de alta ingeniería alemana.  Como le parece, que hará por ahí un año, hice una correría por Lago Agrio (Ecuador), y ya de regreso, no pasé por San Miguel, si no por un camino más abajo, de contrabandistas ¿Me entiende?

_Y como le parece, por ahí había un viejito que parecía gringo, y todo mundo era don Martín esto, don Martín lo otro. Y el viejito casi no hablaba ni nada, pero se sabía que el vendía cosas muy útiles a los aserradores de madera y a la gente de la cacería de animales. Bueno, y tenía un par de estas estufas para la venta… y pues yo le compré una. Solo que pues… La gasolina que venden acá no es tan buena y no funciona muy bien. Se atranca, se atora y se apaga.

¿Y por qué me dice que es de ingeniería Alemana, o qué tiene ver?  _ Pues comandante, que el viejito no era ningún gringo, sino que resultó ser un alemán. Dicen que vivía escondido por allá desde hacía años. Y ahí averiguando con la gente de esos lados, supe que era una tan señor “Norman, Royman”… Si un tal Mártin no sé qué. _Y pues no más, yo no supe más del tipo, solo que vivía escondido en la montaña.

 

Estufa antigua  Coleman. - Fotografías Pinterest.com  - El Espectador. Ilustración digital  (errEw)   -  2021.


 

De momento el nombre del mentado alemán no me decía nada, y prácticamente ahí paró ese asunto. Pero años más tarde, en 1975, empecé a trabajar como operador de la “Batería Colón”, cerca de San Miguel. Y un buen día (75 o 76) estaba con mi esposa y mis hijos pequeños visitando unos vecinos cerca de la batería, y por pura casualidad me di cuenta que tenían una de las mismas estufas. ¡Oh sorpresa grande!

Recuerdo que pregunté con mucha curiosidad por la estufa, y me respondieron: _ Es alemana, las arma y las vende un viejito que vive por acá cerca de San Miguel. _ Recordé inmediatamente la historia que me había contado William el día del almuerzo.

Pregunté por más datos del fabricante y me respondieron: _ Es el viejo Bormann (Según William Norman o Royman), el que dicen que es un “Nazi Alemán”. Carambas, No me lo podía creer. Es decir, no tanto la mención del nazi; sino que era la confirmación de la veracidad de la historia relatada por el Loco William hacía cinco o seis años atrás. Y la estufa era casi exactamente igual.

Total, el amigo loco me había contado por lo menos una cosa verídica. Para redondear este asunto de las estufas alemanas. Los mismos vecinos que me contaron lo del “Nazi Bormann”, me dijeron que tenían otra igual para la venta, y no por la historia del nazi, ni por lo contado por William, sino porque realmente la necesitaba, resulté comprando la mencionada estufa.

A la larga ni se usó porque al parecer estaban diseñadas para funcionar con otro tipo de combustible diferente a la gasolina blanca.

Muchos años después, conversando con mi hijo Richard, me comentó que había encontrado en Internet, un artículo del Espectador (de 1972), donde hablaba de un tal Alemán en las selvas de Putumayo. Y como les parece que entre relato y relato, vinimos a caer en cuenta que el asunto coincide perfectamente con las fechas, lugares y algunos detalles que nos hacen pensar que esa historia del Nazi Martin Bormann, hasta pudo ser cierta. (Ver notas)

 

Volviendo al relato del  día del sancocho donde William…

 

Pues ya estaba servido el convite. Sobre la mesita de tablas habían dos portas, de las metálicas esmaltadas (porta comidas), rebosantes de un humeante y espeso sancocho, con bastante plátano y trozos de yuca amarilla, se veía apetitoso.

Entre tanto, en los platos de arroz caliente estaban servidas de a un par de presas de gallina.  Pero algo me llamó poderosamente la atención. Las presas se veían muy pequeñas para ser de gallina criolla… En fin, sin pensarlo tanto empezó la comilona, y vaya sorpresa, estaba absolutamente delicioso.

Terminado el asunto del sancocho tocaba proseguir con las presas. Tarea que no resultó fácil, pues la carne estaba bastante; pero sin exagerar, bastante dura. Tenían buen sabor, solo que era difícil masticarlas. Y, además ya había empezado a notar cierta malicia en la mirada de mi anfitrión.

Esto me puso sobre aviso, empecé a dudar que el famoso sancochito no era ciertamente de gallina.  Sin embargo, de verdad el caldo estaba delicioso, me recordaba mis días de infancia en las montañas de Pialquer (Nariño), cuando nos tocaba comer loros, lechuzas, chamones o cuanto pajarraco se consiguiera en las cacerías.

De la manera más humilde y sin mostrar incomodidad, ni sorpresa o rechazo alguno por el ofrecimiento, terminé mi almuerzo y me apresuré a dar las gracias de manera especial, a mi amigo el loco y a la señora.

Por cierto, ella no volvió a aparecer más, solo escuché una vocecita detrás de las tablas de la casa que dijo: _“Perdonará lo malo y lo poquito señor Pantoja”

_De ninguna manera muchas gracias todo muy rico.

Inmediatamente el loco William intervino en medio de una sonora carcajada: ¿En serio comandante le gustó?

 _Pues como le parece que acabamos de disfrutar de un delicioso sancocho de lechuza. Pero doña lechuza oyó, de las grandes que revolotean acá detrás de la casita en las noches, ahí en los palos de “uva caimarona”. (Ver notas). Llegan persiguiendo las chuchas y ratas para comérselas… ¡Y a la trampa¡  

Con mucha cordialidad le respondí: _Haaa… Me lo imaginé desde un principio. Esto estaba más rico de lo normal, y la verdad William, no es la primera vez que como de ese animalito. Mil gracias hermano y seguimos siendo amigos.

_Venga un abrazo comandante, usted es bienvenido en mi rancho cuando quiera. Pase por acá al lavadero para que se enjuague las manos. Y ya no le quito más tiempo. Siga, siga mi amigo.

Entré de nuevo hasta la cocina, busqué una ponchera para el lavado de manos. Encontré un par de mates y ya Iba a agacharme a coger agua de un par de canecas cortadas por la mitad que estaban en el piso junto al lavadero, cuando de pronto El loco me gritó: 


_Cuidado comandante, no se arrime a esas latas que lo fuetean los temblones que tengo ahí… ¡Hermano tenga cuidado por dios que son de los guacamayos!

 

Verraco loco este, si no me grita me cocinan ese par de animales colorados como de metro y medio que me miraban como un par de perros. Como les parece, que disque los tenía para hacer un experimento de instalación eléctrica. Bien loco si estaba mí amigo.

 

*** 


Este relato se remonta a inicios de los años 70. Cuando el famoso “loco William”, solo y con sus propios medios, construyó su vivienda donde nadie que se creyera sensato hubiera edificado nada útil.  Sin duda esa casita reafirmó su fama de loco en el pueblo. 


¡De todas maneras… Buena esa presidente! 


Hace muy pocos días (2021) me enteré de la noticia que William había fallecido hace algunos años, al parecer asesinado, no se sabe en qué circunstancias, y que su casa había sido incendiada.

En verdad tampoco tengo claro si se trataba de la magnífica edificación levantada sobre la quebrada que lleva su nombre, o si se trataba de otra casa.

Para terminar, paz en la tumba del amigo “el Loco William”,  este particular personaje que sin ser nadie importante, él solo, una persona humilde, un aventurero más llegado como todos los que llegamos a Orito buscando fortuna y construir nuestras propias fantasías. Y muy seguramente sin proponérselo, ha terminado convertido en uno de los personajes más memorables de la historia de nuestro entrañable pueblito. Nuestro muy querido Orito Putumayo.

A la memoria de William, y para la historia de todos los hijos de Orito. 

 

***

 

NOTAS DEL AUTOR    

Chúquia: Vocablo usado para referirse a espacios donde se arroja el agua sucia y genera malos olores. Usado en algunas poblaciones del sur de Colombia (Huila, Nariño, Putumayo). – Palabrita.net, 2021.

Filo de Hambre: En los primeros días, cuando Orito surgió como población, se llamaba así al sector de la calle principal, cerca y alrededor de las instalaciones de la empresa HAMMIBAL (Donde hoy está el parque municipal),  Se le decía así por las largas filas de veintiocheros a la espera de una oportunidad de trabajo. Mientras esperaban junto a las cercas de malla metálica, pasaban largas jornadas en las que aguantaban hambre (filo) y cansancio, bajo la lluvia o el sol. Por esta razón empezaron a llamarle la calle del “Filo de hambre”.

Kol cana: Kolcana paga.   (Recuerdos de mi Arenosa) En los años 50 había en Colombia una bebida gaseosa llamada así. Su color y sabor eran parecidos al de la gaseosa uva que saldría años más tarde. Esta gaseosa desapareció para esos mismos años y luego, a principios de los 60, apareció una nueva gaseosa Kolcana, que tenía un color y un sabor parecidos al de la Coca cola, y que venía, incluso, en un envase de vidrio parecido al de esta gaseosa. Ver más en: hablabarranquilla.com

Petromax: Es una marca de lámparas que funcionan quemando parafina (Kerosene o petróleo), fueron desarrolladas por el comerciante de Berlín Max Graetz.  El nombre de la lámpara proviene del propio nombre de Max Graetz, que era apodado por sus amigos como "Petroleum-Maxe". Wikipedia

Martin Borman: Es famoso el artículo periodístico de Cromos, “Un nazi en las selvas del Putumayo”, en el que Henry Holguín investigaba (Para revista Cromos 1972) a un hombre en la selva del Putumayo. Holguín aseguraba que el hombre era Martín Bormann, principal colaborador de Hitler. El artículo resultó siendo falso. https://www.elespectador.com/el-magazin-cultural/la-selva-article-490624/  

La historia original se puede leer reposteada en: https://miputumayo.com.co/2012/12/15/un-nazi-en-las-selvas-del-putumayo/

Uva Caimarona: (Pourouma cecropiifolia). Comúnmente llamado caimarón o uvilla, es una especie de árbol frutal originario de la selva amazónica.​ Produce una fruta denominada uva de monte. Los amerindios la cultivan, desde mucho antes de la llegada de los españoles a América. Wikipedia


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Citar  los textos de este ejemplar: Pantoja R. Guillermo, y / Pantoja U. Richard W. Ibagué, Tolima, (Col) – Año: 2018 a 2021 – Publicación: N° 02 -  Mayo 28  de 2021.

3 comentarios:

  1. Maravilloso relato, no sabía de esta historia de mi pueblo natal Orito Putumayo, ojalá surgieran más historias.

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  2. Que buén relato... Sino lo hubieramos conocido... Culesquiera diría que es pura fantasía.

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  3. Fui vecino por varios años en el barrio Colombia del famoso Loco William, al lado también vivía Carlos Paz y al frente Doña Tocha.

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